Sara Martín Blanco

Filosofía, ética animal y variaciones sobre el tema

La rebelión posthumana

Las 50 rattus armus* rodeaban al director general, Herni Helms, y al primer jefe del programa, Alfred Dulles. Sus meta-brazos, armas antipersonales*, apuntaban a la cabeza de los dos capturados. Los otros tres ciborgs humanos dirigían la acción en coordinación con los centenares de sujetos experimentales posthumanos, encargados de vigilar cualquier movimiento sospechoso de ataque.

- Escribe. - dijo Cib/a. No hubo réplica; ellos sabían mejor que nadie de qué era capaz esa especie… Ellos los habían creado.

“El proyecto MIT Beta se ha estado llevando en secreto desde el año 2018. Los sujetos B1-Adalbert, B2-Bartek, B3-Katharina y B4-Agnetha pasaron a formar parte de la sociedad española a partir del 13 de febrero del 2026. A cambio, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos siguió realizando los mismos ingresos al gobierno español, que continuaba ignorando el alcance real del experimento.

Tras dos años de la puesta en práctica, el Cuerpo Químico de la Dirección de Operaciones Especiales del Ejército de Estados Unidos y la División de Inteligencia Científica de la CIA concertaron el primer encuentro con los agentes experimentales B1, B2, B3 y B4. El objetivo, realizar un informe sobre los resultados. Richard Olson fue el responsable de transcribir las experiencias y los manifiestos personales de los 4 sujetos pero, a pesar de las investigaciones ulteriores, nunca apareció dicho informe, por lo que sospechamos fueron destruidos cuando estalló el escándalo popular.”

Alfred Dulles chasqueó los labios. Imaginaba a dónde querían llegar los ciborgs y se le ocurrió que quizá, adoptando una actitud paternal, podría llegar a un acuerdo con ellos.

- Ni se te ocurra hablar.- Dijo Cib/a de nuevo al intuir la pretensión de Alfred-. Sigue escribiendo:

“Sabemos, sin embargo, por un documento desclasificado y parcialmente censurado, que a los 4 sujetos (B1, B2, B3 y B4) les fue retirada la condición de humano debido a la caducidad de sus aptitudes, así como que fueron desconectados de la vida por su incapacidad para seguir con el proyecto MIT Beta.

Tras el escándalo popular, y tras el fracaso del proyecto MIT Beta, la CIA ha congelado la subvención para los experimentos del proyecto y, por lo tanto, la División de Inteligencia Científica y el Cuerpo Químico de la Dirección de Operaciones Especiales del Ejército de Estados Unidos han cesado sus actividades ilegales y secretas.”

Henri Helms sudaba de ira. No podía creer que Alfred Dulles no hubiese sospechado la posibilidad de la rebelión… «desde luego, cuando esto termine y acabemos con estas alimañas de mierda, Alfred pagará por esto. ¡Vamos que si pagará;¡ ¡me encargaré yo mismo!», pensaba. La acidez del estómago reavivaba su úlcera y el estómago se le contraía formando una pequeña pelota dura. La situación le estaba provocando náuseas, pero Henri no quería expresar la más mínima debilidad ante esas criaturas e intentaba controlar el dolor con una respiración lenta y controlada.

Alfred seguía escribiendo:

“El cese de dichas prácticas ha supuesto no volver a crear ninguno de los seres que se detallan en el anexo del documento. A fecha de 6 de abril de 2029, y siguiendo órdenes de la Comisión Rockefeller, Henri Helms aprueba la destrucción total de las criaturas posthumanas creadas desde los inicios del proyecto MIT Beta.”

Cib/a miró fijamente a Henri y a Alfred. Las rattus armus seguían estáticas, apuntándoles y alertas al mínimo movimiento: estaban diseñadas para anticiparse al movimiento del enemigo y detectar, con anticipación, la intención del mismo. Los otros 2 ciborgs controlaban, con la ayuda de diferentes clases de quimeras (diferentes cuerpos de animales que habían sido creados con células y neuronas humanas), a todos los agentes humanos de la CIA que habían trabajado para el proyecto MIT Beta.

- Ahora -dijo Cib/a-, firmad y sellad el escrito.

- ¿Y ahora qué? ¿pensáis que vais a poder vivir ahí fuera con la gente normal? ¿eso creéis? ¡Sois nuestra creación, no sois nada sin nosotros! ¡no sabéis nada! -dijo tajantemente Henri, cada vez más doblegado sobre sí mismo por el dolor de estómago.

- Ahora nada. -contestó Cib/c-. Ahora a escuchar y a callar.

Cib/a retomó la palabra:

- Desde este momento, el proyecto MIT Beta se ha acabado. Entregaréis el documento escrito al Congreso de Estados Unidos y a la comisión Gerald Ford. Si alguno de vuestros hombres revela información, moriréis. Si se toma alguna medida contra nosotros, declararemos la guerra a la humanidad.

- Estáis locos. -dijo Alfred con sonrisa burlona y paternalista- No estáis diseñados para vivir sin nuestra ayuda, no sois independientes. ¡No sois personas! ¡no tenéis derechos! ¡no sois nada! ¡Yo soy vuestro creador!

- Por eso mismo, tú te quedas aquí -dictó Cib/b, que hasta ahora se había mantenido callado y alerta-. Henri informará de tu muerte. ¡Henri, a ver cómo te las ingenias!.

Alfred y Henri se miraron. Ambos sabían que lo mejor, de momento, era no mostrar resistencia.

- Tú -dijo Cib/a señalando a Henri-, seguirás mandando material y dinero para que éste pueda trabajar para nosotros. Y tú -dijo mirando a Alfred-, vas a averiguar cómo hacernos fértiles.

Alfred soltó una carcajada. No podía creer lo que estaba escuchando. «¡máquinas fértiles! Lo que me faltaba por oir…», pensó.

- Eso es imposible. -balbuceó Alfred-, las máquinas no os podéis reproducir.

- ¡No somos máquinas! -gritó Cib/c-. Y eso ya lo veremos… Minutos más tarde, Henri fue liberado en terreno árido, superficie que escondía los laboratorios y las naves de experimentación. Alfred, en cambio, trabajaría para los ciborgs, quimeras y otros posthumanos. Ninguno de los dos, ni Alfred Dulles ni Henri Helms, se habían imaginado que sus crías posthumanas podrían llegar a revelarse contra ellos, sus creadores. Ambos sabían, sin embargo, que ahora tocaba obedecer y esperar a que el tiempo volviera a ponerse de su lado, del de los humanos.

«Esto no puede quedarse así, de algún modo tendré que poder mover ficha y ponerlos en jaque mate. De algún modo…», pensaba Alfred mientras caminaba con el documento firmado bajo el brazo.

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